El límite del tiempo
Sueños y pesadillas, amor y odio, olvido y esperanza, pero sobre todo, voluntad.
lunes, 12 de septiembre de 2011
El límite del tiempo: Frío
El límite del tiempo: Frío: Ya no hace calor y lo extraño tanto como a ti. Puedo recordar tu olor y me acaricio tratando de imitarte, pero nada es igual que ayer. Desd...
Frío
Ya no hace calor y lo extraño tanto como a ti. Puedo recordar tu olor y me acaricio tratando de imitarte, pero nada es igual que ayer. Desde que me dejaste, el frío se apoderó de nuestra casa, espero en nuestro lecho, pero ya no puedo moverme, el frío ha congelado mi cuerpo. Sólo necesito tu calor para vivir, pero la decisión es tuya, porque yo me dejaré morir.
Los días eran demasiado cortos para nosotros, siempre deseábamos tener más. Podía recostarme en tu pecho y dormir con tranquilidad hasta que tu lengua me despertaba con ternura. Yo abría los ojos y ahí estabas, contemplándome, asombrado por estar conmigo. Sonreía y nos besábamos con dulzura y jugueteábamos en la cama. El calor de tu cuerpo borraba el frío del mío.
Sin embargo, ¿recuerdas? la última vez que estuvimos juntos me rechazaste y ese recuerdo congeló mi alma. No sé por qué me dejaste, a veces pienso que nunca te importé. Nunca entendiste que no sé tomar decisiones, pensé que me conocías mejor, pero no fue así.
Ahora me queda poco tiempo. Con mi último aliento de pido que me perdones por dejarte decidir.
lunes, 18 de julio de 2011
Luna
Era pasada la medianoche, caminaba por la ciudad más peligrosa; sólo podia ver la silueta de su hermoso cuerpo en el piso convertida en esa mágica sombra que la seguía como perro fiel.
Sabia el riesgo que corria, pero no le importaba, se sentía destrozada y quería ser destrozada, pero no se atrevía a ser ella misma quien acabara con ese sufrimiento.
Se paró frente al río que atraviesa la ciudad y se quedó mirando los destellos de la luna al reflejarse en el agua. Después de unos segundos, estiró sus brazos, sonrió y voló hacia ella.
Sabia el riesgo que corria, pero no le importaba, se sentía destrozada y quería ser destrozada, pero no se atrevía a ser ella misma quien acabara con ese sufrimiento.
Se paró frente al río que atraviesa la ciudad y se quedó mirando los destellos de la luna al reflejarse en el agua. Después de unos segundos, estiró sus brazos, sonrió y voló hacia ella.
lunes, 11 de julio de 2011
Las sábanas rosas
Hoy cambié las sábanas de mi cama y puse esas rosas que tanto me gustan ahora, esas que me recuerdan a ti.
¿Te acuerdas de esa noche?
La noche que te dedicaste a hacerme el amor
No hubo nada romántico, sólo mis sábanas rosas que no me gustaban por ser rosas.
¿Te acuerdas de cómo me poseíste? Quizás no lo recuerdes, pero yo sí.
Nos recostamos en mi cama, suavemente acariciabas mi pecho izquierdo mientras me besabas y yo estrechaba constantemente tu cabeza hacia mí, tu lengua paseaba dentro de mí dando toques de electricidad que me volvieron adicta a ti.
Hoy viene Javier, pero pensaré en ti como siempre lo hago. Espero no decir tu nombre esta vez, pero es difícil, ese recuerdo no me deja disfrutar a nadie más, sueño contigo, despierto y sigo pensando en ti y ya no estás, está alguien más, alguien que no conozco, pero que utilizo para tratar de sentir lo que tú me hiciste sentir.
No puedo más, te extraño demasiado, por favor vuelve.
Te ama Sofía
sábado, 28 de mayo de 2011
Dolor
(Del lat. dolor, -ōris).
Desde niña he vivido con dolor. Había un niño que se llamaba Cristian, él era mi compañero de banca, era el niño que robaba mi único peso, el que me daba mi papá para comprarme un dulce a la hora del recreo. La primera vez que lo hizo, lo acusé con la maestra, y no me creyó; la segunda ya no hice nada. Durante todo el año él robó mi peso y nadie me creyó. Para él era como una cuota que tenía que pagar por estar usando su mesabanca, como él decía.
+++
Estoy muy contenta; mi mamá me compró una caja de colores y mis hermanos están marcándolos para que no me los roben. Pero la alegría no dura mucho; aquí en la escuela Luis Pino le dice a la maestra Ady Pet Trejo que alguien le había robado sus colores. Ella nos dice que nadie saldrá hasta revisar todas las mochilas y encontrar esos colores. Revisa una por una y no encuentra nada, hasta que a la mía y Luis Pino grita: “¡Ahí están! ¡Esos son mis colores!” Estoy espantada, me pongo roja, le digo que no es cierto, me pongo a temblar: “Maestra, mi mamá me compró esos colores y mis hermanos los marcaron”. No me escucha. Luis Pino alega que son suyos, y la profesora, sin más, me regaña, me dice que eso no se hace y que regrese esos colores. Empiezan a rodar lágrimas por mi pequeño rostro y mirando el suelo le doy mis colores. Me siento en el mesabanco soportando la burla de mis demás compañeros que me llaman ratera.
+++
Es la hora del recreo, estoy comiendo una paleta de tamarindo y observo cómo los demás niños están jugando. Nadie quiere jugar conmigo.
+++
Hoy es un día especial, tuvimos examen y saqué un diez. Voy corriendo a mi casa para que mi mamá lo vea, no esperé a mis hermanos. Voy corriendo por esta calle que no está pavimentada, sólo tiene arena, no importa, quiero llegar a casa, ¡estoy tan feliz! Voy pasando por la casa de Floriceli quien está con su perro, pero no me importa, sigo corriendo, quiero llegar a casa, pero Floriceli le grita a su perro "¡atácala!". Yo alcanzo a escucharla y el perro sale como bala, ladrándome, ¡me espanto tanto!, pero no dejo de correr, ya casi llego a casa, ahora corro con desesperación y terror. Exhausta, logro llegar, entro, busco a mi mamá, pero no está, así que me tiro en la cama y comienzo a llorar.
viernes, 15 de abril de 2011
Un día más
Me desperté y estaba sola, llena de angustia y temor. Fui directamente al baño, como todos los días. Todo el espacio había estado ocupado por una cama, una cajonera y mi computadora, pero ahora estaba vacía.
Me había revolcado de dolor toda la noche, de ese dolor que emana del centro mismo del cuerpo. Pura ansiedad y desesperación.
Oriné y me metí a la regadera. Cayó el agua fría --ya no tenía agua caliente--, pero dejé que me mojara. Cerré los ojos y toqué mi cuerpo, no con deseo sino como cuando alguien te toca y te dice “¡pobrecita!”. Lloré y me bebí mis propias lágrimas, como si me lamiera las heridas, pero no podía encontrar consuelo alguno.
Salí de la regadera, me sequé y me puse lo primero que encontré: un pantalón de mezclilla con corte de vestir, una blusa sin mangas blanca, con bolitas negras, y unas sandalias blancas. Me dejé el cabello suelto y la única concesión que hice al arreglo fueron mis lentes oscuros Prada, que además cubrían mis ojos hinchados.
Caminé varias cuadras hasta la parada del autobús y tomé el primero que pasó. Cualquiera me acercaría al trabajo. Tardé una hora en llegar, una hora de tortura en la que rememoraba una y otra vez por qué estaba en esa situación, por qué no tenía nada, por qué era tan infeliz.
Es sábado, ni siquiera tendría que presentarme en la oficina, pero allí tengo teléfono, agua, café, refrescos, internet y algo que hacer.
Un día no santo I
Para los mormones es un día santo; para los adventistas, es el primer día de la semana, pero para mí, como para millones de personas, es un día más en Guelache. No sé qué hora es, pero es seguro que son más de las 12 del día, así que decidimos salir de la casa. Caminamos las dos calles empinadas y tan calientes que se puede sentir el pavimento a través de las botas; llegamos al sitio de taxis y esperamos que llegue uno.
Escuchamos música tan fuerte que pensamos que se trata de una fiesta, pero es un taxi que viene subiendo, se detiene frente a nosotros y lo abordamos. Le pido al taxista que por favor baje el volumen, a lo cual accede de mala gana. Me sentía un tanto acosada pues el conductor no dejaba de mirarme por el retrovisor; opté por fingir que no me daba cuenta.
El chofer conducía demasiado rápidamente y con brusquedad trataba de evitar, la mayoría de las veces inútilmente, los múltiples baches del camino, lo que me impedía concentrarme para decidir dónde bajarme para llegar al Centro de las Artes de San Agustín Vistahermosa, si en el crucero de Nazareno o en el de San Sebastián. No estaba segura de dónde debíamos tomar el siguiente colectivo pues por problemas entre los pueblos cambian las rutas.
Decidí que bajáramos en San Sebastián y le pedí al chofer que me dejara en ese crucero. Él le pagó con dos monedas de 10 pesos. Cruzamos la carretera libre a México y preguntamos a un taxista que descansaba indolente si me dejaba en San Agustín. “¿A qué parte?”, me preguntó, como si en realidad hubiera muchos destinos en el pueblo. Le respondí que al Centro de las Artes, me dijo que sí y abordamos el vehículo.
Tuvimos que esperar un rato en uno más de los Tsuru oaxaqueños donde se apretujan cinco personas. Un muchacho abordó el taxi y se acomodó en el asiento delantero. El chofer decidió que era el momento de irnos. Más adelante, en el crucero de Nazareno, subió una chica y me di cuenta que allí también hubiéramos podido subir nosotros.
Llegamos al Centro de las Artes, una antigua fábrica de textiles. En la entrada, un guardia nos indicó que nos anotáramos y nos invitó a dar una cooperación voluntaria. Con la mirada le indiqué que cumpliera con su obligación.
Caminamos hacia el edificio de la fábrica, de arquitectura claramente porfirista y excepcionalmente bien cuidado. Yo ya conocía muy bien el lugar, así que lo guié hacia la sala principal de exhibiciones, pero no había nada instalado, aunque algunas personas, aparentemente, estaban trabajando en ello.
De todas maneras pudimos ver maquinaria antigua, aunque él no pudo dejar de notar que tenía algunas piezas de plástico, por lo que seguramente estaba reconstruida. Visitamos los baños con una pared con caída de agua artificial y salimos a la terraza.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)