viernes, 15 de abril de 2011

Un día no santo I


Para los mormones es un día santo; para los adventistas, es el primer día de la semana, pero para mí, como para millones de personas, es un día más en Guelache. No sé qué hora es, pero es seguro que son más de las 12 del día, así que decidimos salir de la casa. Caminamos las dos calles empinadas y tan calientes que se puede sentir el pavimento a través de las botas; llegamos al sitio de taxis y esperamos que llegue uno.

Escuchamos música tan fuerte que pensamos que se trata de una fiesta, pero es un taxi que viene subiendo, se detiene frente a nosotros y lo abordamos. Le pido al taxista que por favor baje el volumen, a lo cual accede de mala gana. Me sentía un tanto acosada pues el conductor no dejaba de mirarme por el retrovisor; opté por fingir que no me daba cuenta.

El chofer conducía demasiado rápidamente y con brusquedad trataba de evitar, la mayoría de las veces inútilmente, los múltiples baches del camino, lo que me impedía concentrarme para decidir dónde bajarme para llegar al Centro de las Artes de San Agustín Vistahermosa, si en el crucero de Nazareno o en el de San Sebastián. No estaba segura de dónde debíamos tomar el siguiente colectivo pues por problemas entre los pueblos cambian las rutas.

Decidí que bajáramos en San Sebastián y le pedí al chofer que me dejara en ese crucero. Él le pagó con dos monedas de 10 pesos. Cruzamos la carretera libre a México y preguntamos a un taxista que descansaba indolente si me dejaba en San Agustín. “¿A qué parte?”, me preguntó, como si en realidad hubiera muchos destinos en el pueblo. Le respondí que al Centro de las Artes, me dijo que sí y abordamos el vehículo.

Tuvimos que esperar un rato en uno más de los Tsuru oaxaqueños donde se apretujan cinco personas. Un muchacho abordó el taxi y se acomodó en el asiento delantero. El chofer decidió que era el momento de irnos. Más adelante, en el crucero de Nazareno, subió una chica y me di cuenta que allí también hubiéramos podido subir nosotros.

Llegamos al Centro de las Artes, una antigua fábrica de textiles. En la entrada, un guardia nos indicó que nos anotáramos y nos invitó a dar una cooperación voluntaria. Con la mirada le indiqué que cumpliera con su obligación.

Caminamos hacia el edificio de la fábrica, de arquitectura claramente porfirista y excepcionalmente bien cuidado.  Yo ya conocía muy bien el lugar, así que lo guié hacia la sala principal de exhibiciones, pero no había nada instalado, aunque algunas personas, aparentemente, estaban trabajando en ello. 

De todas maneras pudimos ver maquinaria antigua, aunque él no pudo dejar de notar que tenía algunas piezas de plástico, por lo que seguramente estaba reconstruida. Visitamos los baños con una pared con caída de agua artificial y salimos a la terraza.

2 comentarios:

  1. buen par de crónicas oaxaqueñas
    muy visuales y doblemente
    buenas por lo breves
    josé noé mercado

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  2. ¿Es el pueblo donde vive Toledo? Al igual que el cuento, me parece que se quedó trunco. Ojalá las terminaras porque están muy bien escritas.

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